Hoy día se nos hace de lo más normal ver luces por todas partes a la hora de conducir; semáforos, carteles, señales, indicadores del resto de coches… pero rara vez nos preguntamos por su origen o por su finalidad real, como ocurre con la tercera luz de freno. Antes, los coches disponían de dos únicos indicadores de frenada y la llegada de la tercera luz pasó bastante desapercibida. Muchos comenzaron a montarla como accesorio pero de forma ‘oficial’, es decir, de serie, tardó en aparecer.
El color de la iluminación de los coches se establece en la antigua Convención de Viena de 1949 y se amplió la información por parte de la Convención de Tráfico de las Naciones Unidas en 1968. Se determinó que además de ser obligatorias, algo más que lógico, las luces traseras o de posición y de freno debían emitir una luz roja, los indicadores de dirección serían ambar (naranja) y las frontales, únicamente podría emitir una luz blanca o amarillo selectivo. Siempre salvo excepción como los vehículos de emergencia y servicios. También se concretó que deben ir montadas en múltiplos de dos y de forma simétrica.
No obstante, desde hace años, se incluye esa tercera luz de freno, un indicador que suele ir en una posición más elevada respecto al resto de luces de frenado y que se ideó, con la intención de ofrecer información adicional en una parada con varios coches. Así, por ejemplo, en una detención con tres coches, el último de todos podrá ver cuando el primero realiza una frenada a pesar de tener la visión obstaculizada por otro vehículo.
Pero si mejora la seguridad, ¿por qué no se instaló antes siendo un sistema tan sencillo y con un mecanismo que ya existía? Para conocer el motivo tenemos que viajar a los Estados Unidos de 1974, cuando los coches comenzaba a ser muy numerosos en las carreteras y las distracciones al volante comenzaban a ser un problema causando múltiples accidentes con víctimas y elevados costes por daños materiales. Con esta perspectiva se llevó a cabo un estudio sobre las distracciones de los conductores por parte del psicólogo John Voevodsky, que culminó con el desarrollo de la tercera luz de freno.
Este elemento era un sistema que formaba parte de un experimento que duró nada menos que 10 meses y tenía como finalidad, comprobar si era posible llamar la atención de los conductores cuando el vehículo que circulaba delante realizaba una frenada. El experimento se realizó en San Francisco y consistió en equipar 343 taxis con una tercera luz de freno y usar otros 160 taxis sin ella como grupo de control. Además, cada conductor tendría que conducir cualquiera de los taxis indistintamente y así evitar que influyeran en los resultados. Al final de esos 10 meses los datos fueron claros: aquellos taxis con la tercera luz de freno habían sufrido un 60% menos de accidentes por alcance respecto al grupo de control, pero hay más, los que sufrieron un alcance aún equipando la tercera luz, sufrieron menos daños materiales así como menos lesiones y de menor gravedad.
Si todavía quedaban dudas al respecto, el estudio reveló que por cada 1,5 millones de kilómetros recorridos, la tercera luz había evitado 5,4 alcances, 1.02 taxistas heridos y 643 dólares en daños. Desde entonces, este sencillo dispositivo ha evitado unos 200.000 accidentes por alcances, 60.000 heridos y 600 millones de dólares en daños sólo en Estados Unidos.