Llega un momento que las cosas se convierten en algo normal. Lo que en un principio resulta llamativo, innovador, extraño, deja de serlo con el paso del tiempo y se vuelve algo cotidiano. Tan cotidiano, que nunca nos preguntamos cuáles fueron sus orígenes, lo damos por sentado como algo normal.
El semáforo, por ejemplo, es una de esas cosas cotidianas que incluso pueden llegar a ser un poco frustrante. Forman parte del paisaje urbano desde siempre, han estado colocados en los mismos lugar durante décadas y nadie se extraña ni se pregunta por su existencia. Pero, el semáforo ha cumplido 150 años. Un apartado cuyo funcionamiento es, básicamente, el mismo desde que se inventó hasta la actualidad.
Los semáforos nacieron por la obligación de regular y controlar el tráfico de los recién aparecidos automóviles. Una de las primeras leyes de circulación que se crearon fue la ‘Locomotive Act’ británica, en 1865. Esta ley obligaba a todos los nuevos automóviles a contar con un señalizador, que consistía en un hombre que con una lámpara o una bandera caminase a 60 metros por delante para advertir su presencia. Una solución muy poco práctica, aunque hay que aclarar que los vehículos de aquel entonces no era, ni de lejos, tan rápidos como los actuales.
El primer semáforo estático, tal y como lo conocemos, se instaló en Londres el 10 de diciembre de 1868, frente al Parlamento Británico. Su inventor fue J.P. Knight, un ingeniero de señales de ferrocarril y se parecía mucho a los usados en las vías para trenes. Constaba de dos brazos con dos farolillos de gas en sus extremos, uno rojo y otro verde, para condiciones de baja visibilidad. Y por supuesto, debería ser operado manualmente. No obstante, a los dos meses de ser instalado explotó y mató al policía que lo manejaba, quedando totalmente en desuso.
Los semáforos no volvieron a usarse hasta 1914, cuando apareció un invento en Cleveland, Estados Unidos, que se parecía mucho al usado en Reino Unido. Tenía dos señales luminosas con los mismos colores y además, sumaba una tercera mediante sonido. Pero, su invento Morgan Garret, lo diseñó para que funcionara de forma autónoma mediante electricidad. General Electric compró la patente por 40.000 dólares (en la época, un dineral) e incluyó en el diseño una tercera señal luminosa de color ámbar, para dar margen de frenar a los coches antes de conectar el indicativo de color rojo.
El semáforo llegaría a Europa 10 años después, fabricado por Siemens en 1924 y colocado en la Potsmader Platz de Berlín. A España, concretamente a Madrid, no llegó hasta 1926. Estaba situado en el cruce de Alcalá con Barquillo, donde se encontraban los pocos concesionarios de automóviles que se vendían por entonces (de las marcas FIAT, Chrysler-Seida, Renault y Citroën). Además, en sus primeras aplicaciones, la base de los semáforos iba pintada en colores rojo y blanco, para que se vieran bien.
Para terminar, la palabra semáforo procede del griego y significa ‘el que lleva las señales’.